lunes, 14 de abril de 2008

¿Por qué en la práctica podemos hacer un buen juego, y el día del partido no lo podemos repetir?


Porque el jugador se deja dominar por los pensamientos, emociones, el resultado incierto, y no por su valentía y decisión en saber lo que tiene que hacer, jugada a jugada.
Surge una sensación de temor y descontrol emocional ante las presiones. Podemos llamarlo “el síndrome de intolerancia a la frustración”. El jugador debe tomar decisiones rápidas y precisas, ordenar la realidad en cada instante del tiempo, de lo contrario su análisis de juego es de drama y caos emocional.
Cuando nos sentimos presionados, es cuando tenemos la sensación de que el arco se achica y no podremos hacer gol. Pero todo está en nuestra percepción, en nuestras creencias y forma de ver las cosas.
¿Donde está nuestra confianza y esperanza de juego? ¿Nos entregamos ante las primeras jugadas erróneas, caemos en la resignación, y nos abandonamos así de fácil?
En la tradición budista hay un dicho que dice que para que una actividad llegue a su pleno, debe ser buena en el comienzo, buena en la mitad y buena en el final, y donde la sabiduría está en saber esperar.
La actitud del jugador es ir siempre hacia adelante, con mentalidad ganadora, jugando el presente de cada tiro y seguridad en el juego, ya que a menor confianza es cuando aumentan los miedos.
Todos tenemos temores, ya que siempre hay un deseo en juego. Cuando caemos en nuestras demandas emocionales cae nuestro equilibrio, ya que no podemos encontrar repuestas para llegar a lo deseado. El jugador es un continuo buscador de preguntas, y las soluciones se deben trabajar y buscar en nuestro juego interior.

Para alcanzar objetivos que nunca se han alcanzado, hay que empezar a hacer las cosas que nunca se han hecho


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